22/7/14

LA INDIA: UNA HERMOSA HISTORIA DE AMOR GUARDADA EN UN JOYERO..

No quería que pareciese un cuento de hadas
 

Hoy en cómo la hice
MAY 2005
Nadie puede abandonar la India sin haber visitado antes el Taj Mahal, que sabiéndose bello se mira presumido en el espejo de sus estanques, junto al río Yamuna, en la ciudad de Agra. De frente, en la otra orilla, el Fuerte Rojo alberga el dolor de un padre traicionado por su hijo, el llanto de un rey que murió de amor.
La India, ese país donde todo es posible, rico en culturas y tradiciones que se hunden en lo más recóndito de los tiempos, es también fértil en leyendas e historias. Relatos de hechos reales, tan emotivos que uno no puede por menos que dejarse arrastrar por la ensoñación.
Hoy, sentado ante el Taj Mahal, en esa hora tranquila donde el sol empieza a ser rojo y la luna blanca, saco mi diario y leo una historia conmovedora que apunté para no olvidarme. Me la contaron al llegar a Agra, y dice así:
Foto: Nómada
Érase una vez un príncipe llamado Kurram que había sido formado en las más selectas disciplinas del saber: astronomía, gramática, matemáticas, filosofía... y además hablaba árabe (la lengua del Corán) y persa (la lengua de la Corte).

Un día que paseaba por el bazar, entre el bullicio de mercaderes y estibadores de elefantes, sus ojos se encontraron con los de una niña de 15 años. Era la princesa Arjumand, hija del Primer Ministro de la Corte. Inmediatamente, el príncipe quedó prendado de ella.

Foto: Nómada
Impresionado por la belleza de la joven, preguntó el precio del collar de cristal que ella se estaba probando. El mercader, sonriendo, le contestó que no eran cristales sino diamantes las cuentas de aquel collar. La joya valía una fortuna. El príncipe lo pagó y se lo regaló a Arjumand, que de inmediato quedó también enamorada.

Sin embargo, tuvieron que esperar cinco años para unirse en matrimonio, mucho más largos si cabe, debido a que no se vieron en todo ese tiempo. Años después de casarse, cuando el príncipe fue coronado pasó a llamarse Shah Jahan (Emperador del Mundo) y ella Mumtaz Mahal (la Elegida del Palacio).
Foto: Nómada
Pero cuatro años después de ocupar el trono, el emperador sufrió la peor tragedia de su vida: su amada esposa, Mumtaz Mahal, no resistió el parto del decimocuarto hijo y falleció. Shah Jahan, transido de dolor, mandó construir el Taj Mahal para enterrarla, como mausoleo en memoria del amor que se profesaron ambos.

Una vez acabado, el emperador quiso construir otro mausoleo-tumba para él, idéntico al de su esposa pero en mármol negro, al otro lado del río Yamuna, y unir después ambos mediante un puente de oro. Y lo hubiera hecho, si no llega a ser por Aurangzeb.

Aprovechando el estado depresivo y de profunda tristeza en el que estaba sumido el emperador, Aurangzeb, tercer hijo de Shah Jahan, cegado por la ambición traicionó a toda su familia, mató a sus hermanos (excepto a dos chicas) y arrebató el poder a su padre. Después lo encarceló en una torre del Fuerte Rojo de Agra, frente al Taj Mahal, y a las dos hermanas supervivientes en otra.
Foto: Nómada
Precisamente ayer visité el Fuerte Rojo, una gigantesca fortificación construida en arenisca roja (de ahí su nombre) que muy bien podría haber albergado a toda una ciudad, tal es su tamaño. Su interior, jalonado de jardines y patios de refinado mármol y arenisca tallada al más preciosista estilo mogol, no sirvió de consuelo al afligido Shah Jahan.
Foto: Nómada
Una vez en la torre donde vivió prisionero sus últimos años, pude ver lo que contemplaba el Emperador desde su balcón: el Taj Mahal. En una pared opuesta, un hueco: el lugar donde pidió que le colocaran un espejo para, desde su lecho de muerte, a los 74 años, expirar mirando a la tumba de su esposa.

Foto: Nómada
Se dice que el Fuerte Rojo guarda el misterio de Shah Jahan y que en las noches de luna llena todavía pueden oírse los pasos y sollozos del Emperador, del padre que enloqueció de dolor y murió de amor.

Foto: Nómada
 
Termino de leer; cierro mi diario y suspiro profundamente. Sentado en el cálido mármol que rodea al Taj Mahal, descalzo, como manda la norma, miro ese inmenso y delicado joyero que encierra una historia tan bella como triste.

Recorro con mis ojos las paredes de la fachada. El mármol de tacto sedoso que lo cubre cambia de color en función de la luz que refleja. Ahora es de color perla.
Foto: Nómada
Llevo semanas viendo palacios de Maharahás, cuyo lujo y esplendor no tiene parangón, fuertes mogoles, templos jainistas y mansiones Rajputs donde el trabajo de madera y piedra es puro encaje, pero nada puede igualar a lo que tengo ante mis ojos. Jamás había visto tanta belleza, tanta perfección de líneas, de tonos, de espacios.

Foto: Nómada
Dicen que para construir el Taj hicieron falta miles de caravanas de elefantes que durante 22 años trajeron las cosas más exquisitas del mundo: mármol, jade, lapislázuli, turquesas, zafiros, ámbar, diamantes, coral...
Las paredes están decoradas con incrustaciones de piedras preciosas finamente mezcladas con paneles lisos o flores en mármol. Nada hay sobrecargado o abigarrado en la composición.

Foto: Nómada
Tan cuidada es su construcción que incluso a los cuatro minaretes que lo flanquean se les dio una ligera inclinación hacia fuera para que en caso de terremoto no cayeran sobre el edificio que contiene la tumba de Mumtaz.

En su interior también reina la elegancia y la sencillez, todo en su justa medida. En la penumbra, la sonoridad produce un eco misterioso que flota y envuelve todo bajo la cúpula, invitando a andar de puntillas, a susurrar más que a hablar, a recogerse ante el túmulo de la amada esposa.
Sabia armonía de algo que parece diseñado por dioses y construido por joyeros.
Foto: Nómada
Es tiempo de monzones y los oscuros nubarrones comienzan a descargar gotas de una lluvia caliente. Me pongo el chubasquero y continúo allí, inmóvil. Ahora, bajo la lluvia, el Taj Mahal brilla como el cristal.

Algo retiene mi mirada en él, y entonces recuerdo una frase que de pequeño me decía mi madre: "Hijo mío, las cosas hechas con amor tienen algo especial..."

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